Los Hijos de Zeus

Nine Lives 

Cuando Diana entró en el supermercado a hacer la compra como tantas otras veces jamás pensó que se encontraría tras quince años a su antiguo amor en el pasillo. Estaba embarazada, embarazadísima, vestida con ropa informal y con la peor pinta del mundo para ver a un tipo que le rompió el corazón en mil pedazos. Se saludaron y comenzaron a hablar de forma entrecortada y nerviosa. El miró su abultado vientre y le dijo «vaya, estás embarazada». Ella sonrió y le preguntó si tenía hijos, una forma de buscar una conversación sin complicaciones, a lo que él respondió que no, «soy estéril». Silencio roto por la risa inopinada de Diana. Supongo que la situación era de una tensión contenida y estalla ahí, entre la estantería de verduras y las frutas.

Es sin duda, la mejor de todas las historias de «Nueve Vidas», un puzzle de silencios retenidos que nos habla de sentimientos reconocibles, el desgarro, la entrega, la culpa, el camino que se pierde cuando tomamos una decisión y no otra, la soledad como catarsis última y foso de la ciudadela infranqueable de nuestro corazón.

Rodrigo García, que ya emocionó a mucha gente con «Cosas que diría con sólo mirarla» continúa en “Nueve Vidas” con el sugerente apunte minimalista de su cine, un cine personalísimo, que huye de las grandes ideas y esquiva los argumentos truculentos tan manidos hoy en día, para trazar una secuencia de fotos fijas de gente corriente con sus miserias, sus anhelos y sus esperanzas.

La cercanía de lo que el espectador ve -el encuentro casual con alguien que fue todo para ti hace mucho- y que representa un pasado que ya creías disuelto y vacío pero que ahora adquiere grado de inmediatez lacerante y descolocador, en un pasillo de un «mall» suburbano, te atrapa por la naturalidad de los gestos, por la identificación de los diálogos de las dos personas que compartieron besos en camas ya olvidadas; ahora, cuando se miran como zahoríes escrutadores de la abisal distancia, no pueden evitar estar mirando todo lo que pudieron ser y ya nunca sabrán. Tras quince años, cada uno reconoce en la pupila del otro la mutación de aquello que tuvieron en Dubrovnic cuando pensaban que su amor era inmortal y estaban seguros de que Zeus los había acariciado misteriosamente, nombrándolos sus indestructibles hijos en la Tierra.

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